A
estas alturas ya no queda vergüenza alguna. Sólo una esperanza
producto de la inercia, del nihilismo total. Estoy
quedando sordo. Los dedos tililan milimétricamente. Hay noches de
susto, donde lo negro corta como las astillas de un espejo. Hay
minutos en los cuales siento la cálida muerte derramarse en mi
estómago, debilitar mis ojos y mi sonrisa. A veces cruzo la calle y aquellas oscuridades ocultas debajo de las llantas de los coches
explotan en brillos de supérnova.
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